Elegí ir por donde más te guste...

12.11.08

Las vueltas (y no de Aira)

Las vueltas son así. Nos quedamos sin palabras por unos días. Exploramos el territorio con miedo de no acordarnos (doble sentido: en español y en portugués). Buscamos el café que tomabamos antes. Como somos maniáticas gastamos carretillas de tiempo en sumar uno a uno los gastos, comparando tarjetas, evaluando las pérdidas y las ganancia. Porque de eso se trata ¿no? De realizar un balance, de sabér qué nos olvidamos, qué cambiamos, que nos gustaría mantener, qué nos gustaría cambiar.

Exponemos el bronceado con la remera de breteles más finitos (y vigilamos excesivamente la balanza). Nos acomodamos enfrente de la pantalla grande y regulamos la silla, agradecidos por las contracturas que nos evitaremos de aquí en más. Obvio. Seguramente los regalos que trajimos no le van a gustar a nadie. Seguramente no gastamos suficiente dinero en ellos. Seguramente trabajamos o demasiado poco o demasiado mucho. No hay, no existe la experiencia del equilibrio ni en la épica ni en la no épica del viaje.

Siempre está la posibilidad de que esto se torne intimista. Cuando se vuelve, se espera no perder el exterior. Las vueltas son así. Nos damos cuenta de que no tenemos jugo, de que no leimos suficente teoría. Y agarrandonos a la épica coheliana que sin duda deja vivir mejor, nos enfrentamos al temor de no tener nada nuevo para decir, nos mentimos otro poco para sentirnos mejor y programamos, en busca de algo de cientificidad, la próxima visita al analista. Y seguimos (el objetivo: desperdiciar tiempo). Ella y yo. Zoe y yo.

6.11.08

Guión de despedida

Los tiempos apremian. Mis despedidas son así: quiero hacer todo en dos días, llenarme de Rio para luego sentir saudade. Tengo ganas de volver, no hay nada más lindo que saber que se puede volver.

Puedo escribir apenas un guión, porque a las 17 me voy para el aeropuerto y salió el sol y me quiero ir a la playa. Un ayuda memoria, para el que después tal vez invente un tiempo presente.

Lunes

Vino Adriana. Vamos a Parque Lages, tomamos un jugo juntas, ellase va a la PUc y yo vuelvo al parque. El cuidador me dice al al jardin botánico de dicen maurisinho (que quiere decir que está muito arumadinho, muy ordenado), se tienen pica, un boca-river. parque lages no. la vegetación se desborda por todas partes. Subo por al lado de las cascaditas, en un momento se larga a llover, en otro hay sol. Me meto por un caminito, hasta que llego a un punto desde el que se ve toda la lagoa. En la lagoa hay sol, a mi me moja la lluvia. La vista es una despedida perfecta. Escucho Marisa Montes.

Me voy a caminar por al lado de la Lagoa. No la había visto desde este lado la ciudad. El clima es perfecto, porque las nuves densas, formaditas, y el sol después de la lluvia potencian los colores. Me siento a descansar en el borde, el vientito fresco me redime del calor del parque. Me reconcilio con esa masa de agua en el medio de la ciudad (en algún momento me pareció un sólo un depósito de agua sucia).


Martes

A la mañana me voy a la playa como una diva. Con mi vestidito, mis anteojos (y bue una bolsa de supermercado). La playa de Urca es un sueño de mañana. Leo Umpi.

Tarde. Con Cristian vamos hasta Barra da Tijuca. Im-pre-sio-nan-te. Arena blanca como en las peliculas, fina, y una agua casi turquesa. Son playas extensas, enfrente de unos edificios de tres pisos con balcones de vidrio, en donde uno quisiera irse a vivir.

Noche. Despedida. Mis compañeras de excursiones y de compra y Cristian me organizan una despedida, semi argentina, semi brasilera. Empanadas de carne con caldo de feijao. Cuarteto con samba. Emocionante.

Miercoles

Mañana. Nuevamente diva a la playa. Desayuno ahí, en frente del mar, un salgado y un licuado de frutilla. Leo Umpi.

Tarde. Clase en la PUC. De ahí a Ipanema. Compramos el regalo que nos faltas y caminamos por la playa. Tomamos una cerveza al lado del mar.

Noche. Humaita. Vamos a cenar con Adriana a una feria que hay en Humaita. Es un predio con un montón de restaurantes. Comemos pizza (otra despedida: me despido de la pizza Margueritha,de las pizzas riquisimas de Rio (pienso que tengo ganas de ir a Santa María)). Charlamos de literatura. Es como estar en Argentina, es el calorcito de estar en Argentina. luego vamos al depto y comemos helado y chocolates. Llueve.

Hoy

Ya preparé la valija, no tendría que pagar mucho sobrepeso. A pesar de que anoche llovió ahora está saliendo el sol así que me voy a ir a la playa de Urca a terminar de leer Umpi.

No puedo creer que mañana estoy en Rosario. No puedo creer que no estuve en tres meses. Para mies como si hubiera pasado sólo una semana, me parece ayer que me tomé el avión. me aprieta el estomago de los nervios, me doy cuenta que hay cosas que no recuerdo como las hacía. ya voy a ir recuperando las rutina. Gracias a Dios, tengo ganas de volver.

3.11.08

Imperiales: Petropolis

Y como Rio les queda chico, las chicas (adictas a las compras) se van a Petropolis. Por más que me estoy mareando cada vez más, y que pienso que los colectivos que realizan este trayecto deberían llevar bolsitas como la de los aviones, cuando salimos de la ciudad el paisaje atrapa (no voy a contar de nuevo el recorrido por las fabelas, creo que ya quedó claro, hay varios Rios y no todos son Ipanema (no hay que caer tampoco en el lugar común de la ciudad partida, ni la pobreza ni la riqueza es homogénea, eso se ve bien cuando se sale para ir a otro lugar o cuando se recorre una y otra vez el centro, por eso creo que me molestó tanto la película, por la dicotomía del clise totalmente aceptada y vendida como producto de importación)). Vamos dando vuelta a los morros, y si se mira para abajo, quedan laderas enormes que descienden en picada, pero no del color de la piedra, sino cubiertas enteramente de vegetación. Son morros que se superponen enteramente verdes, cortados sólo por unos árboles que dan unas flores de un rosa intenso (y que hace que su entorno se convierta en un vestido carioca).

La ciudad, en realidad, el centro histórico de la ciudad, es bello, bello. De esa belleza armónica, que a veces dejamos de lado por muy clásica, pero que cuando aparece así continúa impresionando. Son construcciones similares a las que se pueden ver en Rio, pero todas reunidad sobre una avenida verde con el contrate de los morros de fondo (y sí, voy a ser burguesa, todo está más limpio y organizado, y eso resalta la belleza de una manera diferente que como resalta una construcción histórica al lado de un predio de 20 pisos o en medio de la basura del centro,; una belleza que exige una manera diferente de mirar: en Rio, cuando estamos en frente de estas situaciones, luego de admirar el contraste (ya todos leímos a Benjamin así que sería poco snob no admirar la belleza de la alegoría barroca (más allá que de hecho la admiremos sinceramente y que haya sido lo que muchas veces nos atrajo de la ciudad)) se tiende a cerrar la mirada, se enfoca el detalle, se borra el entorno; en el centro histórico de Petropolis, la mirada se abre, se funde con el ambiente de la misma manera que increíblemente la vegetación exuberante se funde con las mansiones que nos hacen acordar un poquito a la avenida Oroño, se entra en un ambiente, que carga con algo de lo aurático de una película de época.

Nos organizamos, como dice Sole, viajes de princesas (por qué no Anastasia de Disney, (insisto en imaginar Rusia y no Versalles, el clima opuesto, en vez de huir del calor, la familia imperial debería huir del frío)). Caminamos hasta la iglesia por la calle central: nos rodean las mansiones y la construcció gótica se levanta contra el paisaje como si fuera pegada sobre un fondo de dibujito animado. Llegamos al final de una misa. La belleza profunda y sacra del canto del coro. A veces me gustaría haber nacido en Iena (y no justamente por la promiscuidad del grupo) sino para confiar sin peros en la posibilidad de la poesía de alcanzar lo innefable.

El palacio Imperial queda para la tarde. Nos ponen unas chinelitas ridículas y comenzamos a recorrer los aposentos de su majestad. Soy un producto de la posmodernidad: me encantan los palacios armados con el mobiliario original (no me digan que pueden ser de mentira, ahí el dragoncito hecho caricatura me dice que son de verdad y yo le creo). Diseñar una cotidianidad a la medida de esos objetos que van llenando las habitaciones, exactamente lo que Gumbrech quisiera que dijera en función de confirmar sus hipótesis en parte bestselleristas.

Terminamos, como se termina todo cuento, con un paseo en un carro tirado por caballos blancos y majestuosos, con un cochero de galera, que nos deja bajar y sacarnos fotos, sobre la superficie histórica, en los pliegues de la superficie histórica. Es que así aprendimos a lidiar con el sentido. A generar efectos de realidad.

2.11.08

And again, and again: sobre la cotidianidad y la experiencia

Uno de los beneficios de la residencia es que se puede escapar al exceso de novedad conocida del turismo. Se puede repetir una y otra vez el mismo lugar, armando una cotidianidad con el espacio, que no por eso deja de sorprender. Pero para mí, que mi relación con los lugares (para no decir con algunos aspectos de la vida) pasa por una exageración de ese rasgo turístico, el escapar a la novedad me deja siempre la sensación de que podría (debería) haber hecho otra cosa.

Viernes y sábado además de desafiar al clima, a un dolor de cabeza que parece que quiere dejarme en cama, desafío mi deseo de novedad, porque si hay algo que aprendí durante estos meses es que no sólo en lo nuevo se encuentra la experiencia. Entonces, el viernes a la noche vamos a Lapa con Cristian (contaba entonces que creo que visité más veces Lapa que Ipanema!! es que ese barrio y sus alrededores parecen tener siempre algo más para ofrecer, algo más que me falta hacer). Al mismo restaurant que descubrimos con las chicas, el Arco Iris, bueno, bonito y barato. Y después vamos a la rueda de samba, que hacen en un barcito en la calle, con muy mal sonido, pero con un repertorio que parece siempre incluir algo que Marisa Montes haya cantado y un poder de convocatoria tan amplio que ninguna de las veces encontramos mesas.

Y el sábado, con las muchachas adictas a la compra, volvemos a la feria de la calle Lavradío (sí Lapa de nuevo pero de día (es como si de día uno nombrara el barrio por sus calles y de noche es solo una palabra, para resumir todo lo que se abré ahí, en esa multiplicidad de ruas)). Termino de comprar regalitos (no se que haría sin la Sole y sin Denisse que me salvan de mi indecisión creciente conforme se acerca la partida), y volamos a Santa Teresa a comer feijoada en un barcito divino, con rejas viejas. Luego tomamos un café en una librería que yo no había visto (ven, como diría Cortazar, lo fantástico está en lo cotidiano (sí, sí, compañeros de letras, una cita de cuarta)) y comemos uno de esos postres de chocolate y mousse que combinan perfecto con la mesa en la que nos sentamos. Lo impresionante de ambos lugares son las vistas, lo bohemio pero no preparado para el turista, sino vivido, cotidianidad desde los que uno supone los ateliers. Por último, un negocio de ropa vintage. Toda, toda, una diva, sólo me falta el dinero (literalmente)

Lo nuevo viene de noche. Trapiche Gamboa. Debe ser uno de los lugares más hermosos de Rio. Un boteco (aunque algo chiqui) en el que se hacen ruedas de samba. Como no reservamos mesas, nos toca el patio de la terraza, y obvio es divino. Techos altos, ladrillo visto y la cantidad de gente justa. Hay que ver como samba Denisse. La parte de arriba del cuerpo no se mueve, así que los brazos quietos muchachas, nada de esa cosa de viejas con los bracitos alzados. Cuando ella me dice que sambo bien, que soy toda una carioca, brillo de alegría. Yo nunca fui de las bailarinas del grupo de amigas, siempre quedaba en segundo plano, por falta de ganas o de lucimiento. Tal vez lo que me faltaba era sambar en Rio.