Elegí ir por donde más te guste...

27.8.09

Política strictu sensu

Cuando Reutemann comienza a decir que está deprimido y Latorre vota a favor de los superpoderes, la teoría de dominación marxista se te cae y tenés que empezar a leer Deleuze.

Una año de intensa escritura (o sobre cómo se cae la cola a medida que pasan los años)

Supongamos que me creo. Entonces todo lo virtual, no es que se vuelva real, sino que simplemente se materializa. Se vuelve lo duro que choca contra mi cuerpo y calma estas ganas locas de hacer no sé que. No calma, satisface. La calma no es un estado que me pertenezca, como tampoco me pertenece el tiempo. Desconfio tanto de mi cola, de mis pechos, de mis piernas.
Es que descompongo mi imagen en el espejo, y todo se vuelve grande. Hasta la cabeza. Y eso que dicen que cuanto más uno lo usa mas chico se vuelve el cerebro. Hace una semana que lo uso como loca (locas ganas, usar como loca, diría mi analista) y sin embargo mi cabeza se agranda. Será que ahora no acaricio el índice, sino que acaricio otras cosas.
El calor nos lleva a hacer nidos y a reproducirnos. Las torcacitas andan como locas, poco les falta para anidar sobre nuestros cactus. Estoy a medio camino de ambos. No me reproduzco pero tengo estas ganas de hacer todo, de subirme a los tacos que ya reservé. Tengo el espacio además,pero nos faltan los ladrillos (decir paja sería muy vulgar para esta lengua que acaricia la internet).
El año pasado en este momento estaba en Rio de Janeiro y llovía sin parar. Dentro de menos de un mes cumplo 28 años. Ya hace un año que llevo este blog y así rompí mi record personal. Me queda todo: plantar el arbol, tener el hijo, escribir el libro. En mí el refrán es literal. Si pudiera viajar a París, eso me obligaría a en parte a cerrar la boca. Por eso es un exceso. Ya no tendría París. Insisto: sin intensidades no se puede escribir.

21.8.09

Hueco

Estoy obsesionada con las fechas. Las fotocopias quedan abarrotadas de circulos amarillos o verdes, depende de la tinta, que encierran siempre cuatro números o un número de cuatro cifras (cuando hablan de décadas o se refieren a los años tanto me obligan a realizar una línea curvada por debajo, encerrar tanta cantidad sería un esperpento). Busco huecos, vacíos, anacronismos. Puedo empezar a decir ciertas temporalidades, a justificar ciertos movimientos, siempre nadando en el temor de que el tiempo no alcance (en ambos sentidos).
Después estoy sentada no en el borde sino en el medio de la noche. Ya no tengo un cuerpo pequeño. Las dimensiones desbordan la ropa por todos los costados. En este último tiempo, lo órganico se ha vuelto pesado. Pesa en todas partes: en la balanza, en la cabeza, en las letras. Leer sobre cerebros disecados me parece una idiotez. Que la gente quiera encerrarme en estereotipos preformateados por algún éxito editorial me agobia. Y no porque sea de izquierda. Anoche defendía la idea de que la persona es algo más que lo que está predeterminada a ser. Pensaba en una interacción entre lo determinado, el contexto y la voluntad. Y entonces me vuelvo arcaica. No melancólica, arcaica. No hay nada placentero en la desubicación que me armo. Tampoco hay ningún valor moral que defienda. No digo que lo otro sea malo, no prejuzgo ni juzgo, pero tampoco pueden pedirme que me abstenga de opinar. Me quedo ahí: en un lugar que me cuesta inventar entre el relativismo y un falso progresismo intelectual.
Me quedo con una mano cansada de tantos toqueteos y con un cuerpo todavía asutado de tantas extracciones.
No quiero que me raspen más.