Elegí ir por donde más te guste...

27.9.09

Iteración (por necesidad)

Parecía esa clase de hombres que aún despiertos tienen pesadillas. Mirándolo, ella avizoró el secreto de un hombre deseable: el cortinaje abatido de la realidad tranportado a la impasibilidad de una cara. Por eso, ya que desear era un descenso al subsuelo de la lengua, empezó a contestar a todo que sí... Cada afirmación reforzaba la sensualidad de la afirmación previa. Una negación mínima podía desbaratar el entramado de seducción que brillaba en la cara del secretario. Era el hombre perfecto justamente porque no parecía vivo. A la vez era más que un hombre muerto: podía decidir cuándo y dónde humanizarse a través de esa reserva de vibraciones

Oliverio Cohelo, Promesas naturales

(Perdón, escasos lectores de este blog, por la repetición de las citas. Dos razones. Uno. Cohelo me deja muda con la perfección de las frases (me hace acordar a la perfección de las frases de Chejfec y Pauls siempre al borde del abismo, del desbarrancadero). Dos. ..................... )

"I couldn't sleep I kept seeing the black box"

Ver televisión un domingo a la mañana es bizarro. Un montón de esos programas que te quieren vender el mundo. Después una película. Hacía mucho tiempo que no desayunaba sola. Hacía mucho tiempo que no tenía ganas de fumar. Un poema de Frost. Y yo ahí en el mismo lugar, expectante.

Mis palabras suenan huecas, por eso no escribo. Porque sé que miento. Hoy Rosario era el mejor lugar para vivir. Era Rio. Las nubes se condensaban igual. Corrí hasta que no me dieron las piernas. Hasta que me bifurqué (como me bifurco ahora en el eufemismo, para decir aquello que no puedo contar). Hablar de menos, falar de mais.

Perdón, pero hay un reborde que raspa (como el dedo gordo del pie raspa y lastima al que le sigue)

O meu samba vai curar teu abandono...nao vamos deixar ninguem atraplhar a nossa pasagem

La entrada que escribí y no publiqué hablaba de la virtualidad del contacto, de la humedad de la lengua, de la temperatura de la saliva. Hoy parece vieja.

Dice Didi-Huberman que todo relato de conversión se realiza en dos tiempos.

22.9.09

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Y sí tenia que llegar: quiero escribir algo y no sé qué. Se dice que un verdadero escritor se define no tanto por lo que escribe sino por un deseo sostenido de desear escribir y una obsesión por la imposibilidad de hacerlo. Yo me rio, estoy tan lejos de eso como del viaje a Francia que se dibuja con líneas de puntos en el horizonte.

Un comentario sobre la mesa de discusión sobre poesía del S.XXI que tuvo lugar en el Festival Internacional de Poesía el jueves pasado estaría bien. Pero debería haberlo escrito entonces, no ahora que me acuerdo a medias lo que había pensado. Creo que lo más interesante fue la discusión sobre la relación entre poesía y mercado. Los cuatro poetas comenzaron afirmando que no había ninguna relación entre escribir poesía y vender poesía (y ninguna relación entre los dos valores que se ponen en juego: el de uso y el de cambio). Terminaron, los cuatro, hablando de los premios literarios (el mercado volvía en cada conversación como un deseo reprimido) y de la gran novela que escribió Levrero justamente contando la imposibilidad de escribir por encargo. En el medio, el eslogan que le pedía a los poetas que no regalen sus libros. Todo parecía confirmar la omnipresencia del mercado: y la negación como una forma más de su extensión.

El domingo hizo calor, mucho.


[puta, esta entrada es una mierda ###################################### supongo que no puedo dejar de publicarla así. Odio estos momentos de autorreflexividad]

17.9.09

Pérdida/perdida

Por un momento temió haber perdido los párpados en el tunel. Imaginó sus propios ojos condenados a una luz exterior y caprichosa, y pensó que quizas una condena de ese tipo, la pérdida de la interioridad, fuera el origen de las bellezas más extraordinarias. En ese momento sin querer parpadeó.

Oliverio Cohelo, Promesas naturales.

10.9.09

Libélula

Cuando ya no existe el ritual, la marca en el cuerpo debe llevar consigo un texto justificatorio. Nadie deja que le claven una aguja durante una hora y media si después no puede obtener a cambio un poco de sentido. Sin duda tengo un millón de sloganes publicitarios para mi libélula. Un poco de aire en la base de mi espalda que hace que mi cabeza y mi cuerpo se vuelvan más leves (y más imperfectos también). Un bicho que conecte la parte baja y alta de mi cuerpo, que suelen desconectarse sin aviso previo. Las alas y el equilibrio en la figura del hombre de Da Vinci.
Nada de esto es cierto. Al menos nada de esto es previo. Lo previo es la elección de una imagen. Lo equidistante de los números: 9-9-9. Después: las lecturas y dando vuelta en la cabeza la idea de cuerpo sin órganos de Deleuze. Rejerarquizar el cuerpo, poner algo en el medio que lo doble y vuelva indistiguible el arriba y el abajo. Funcionalidad, marca y estética. No me hubiera hecho algo más chico, porque me hubiera hecho más gorda.
¿Qué diferencia existe con la marca de agua que le ponen en la mano al chico que se porta bien o mal en el colegio? La decisión. Creo que es esto lo que me va costar explicar: que no es un retroceso hacia la adolescencia ni un deseo reprimido que finalmente viene a cumplirse después de la liberación de una obsesión. Orientar el cambio, poder explicar que un dibujo en la espalda no me lleva a renegar de mi pasado, sino a volverlo productivo. Que está ahí, hipertérrito, porque hice todo lo que hice antes, como una cifra en la fragilidad y la multiplicidad de la membrana. Me molesta la idea de liberación. Me molesta mucho que me la endilguen. Tendría que pensar por qué: creo que no quiero que nadie, exepto yo, intervenga en el texto que le da significado al corte. Sin embargo, tengo que pensar por qué.
(La pulsión de explicación, segun el Lacan que leo a las corridas por internet, me parece que estaría implícita en la intervención del Otro que supone esta forma de marca. Igual debería explicar también esta pulsión de visualización: por el lugar en que se fija, pocas personas realmente deberían verlo)
Ahora pienso que hay algo más. Una cifra más: Hacerme un tatuaje es una marca para dejar de tenerle miedo a una enfermedad que se encargó de marcarme el cuerpo por muchos años sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo (y que encima suponía una herencia). Control y desjerarquización, juntos, al mismo tiempo.

1.9.09

Regodeo adolescente

Para Iri.

Siempre hago lo mismo: necesito sólo un detalle para armar una multiplicidad de historias que me dejan rayando en la obsesión. Ahora me duele la panza, como me dolía antes (el problema se presenta cuando esas historias se disparan hacia la fabulación de posibles interpretaciones de mis acciones realizadas a mitad de camino entre lo laboral y otra cosa). Fue mi forma de ser adolescente: no se si drama o tragedia, todo parecía marcar la necesidad de un arma en la boca. Siempre creé autofiguraciones muy fuertes, mezcla de hollywood y literatura barata o moralista, que me dejaban con un par de lentes falsos sentada con mi libro en la puerta del salón. En ese momento pensaba, que el éxito profesional era la manera de enfrentar el desengaño amoroso (la otra manera era vender una imágen de mí que se alejaba mucho más de lo que yo era en realidad, si es que era algo en realidad antes de mis desengaños amorosos). El otro día, en medio de un día de sol y un asado, de un mediodía saeriano que se arruinaba por la masividad y el humo, me enteré de que mi autofiguración había sido comprada en su totalidad. Si puede parecerle raro a mis amigos de después que yo haya incursionado los caminos del amor futbolístico, al chico que me aprisionaba contra una pared un sábado a la noche del 99 parece que le gusta saber que esas piernas que recorria con manos ansiosas cada vez más hacia arriba son las mismas que pudieron sostener un número que exigía fotos en los diarios.
En esta entrada hay cierto regodeo, lo sé, pero espero que se compense con la exposición detallada de la estrategia.