Elegí ir por donde más te guste...

19.10.09

Necesidad de ostracismo

El problema de Rosario es ese: la inexistencia de un "sector desconocido o poco frecuentado de la ciudad" para mantenerse oculto y "optar por un ostracismos de jornada única".

(Más fobia me da últimamente Pueblo Esther)

Es impresionante el monstruo en que se ha convertido esta necesidad de registro y exposición.

17.10.09

Inventar un presente (en viaje)

No existe la posibilidad de la crónica de un Congreso. Ni de un Coloquio. (Podría existir la novela, pero yo no soy Aira ni Chejfec). Porque no existe el tiempo. Es todo una serie de saludos y sucesión de lecturas y comidas que esta vez me dejó callada. Nunca soy buena en el roteiro necesario entre personalidades. Nunca van a invitar mi pobre mediocridad a nada. Siempre está la posibilidad de no viajar nunca más, entonces uno inventa un discurso. No importa lo satisfecho que esté el resto, lo “productiva” que pueda haberse vuelto la conversación, yo me quedo siempre con un vacio doble: el que me deja la organización; el que me deja cierta sensación de inutilidad (es que a pesar de todas las ideas, en un momento fuimos los miembros de Sur posando en una escalera, y yo siempre tengo el peso de Contorno en la cabeza).

Buenos Aires fue eso. Taxis, luces deformadas por la miopía, edificios de Recoleta que me dejan atrapada entre las volutas en que terminan los balcones y las vidrieras que exhiben la mercancía que no me puedo comprar (esa que ignora el Coloquio). Ponencias que sigo, ponencias que no seguí, cosas que no puede escuchar, cosas que no quise escuchar. Corridas, veredas, avenidas y el clisé del Obelisco. Buenos Aires fue eso. Hoy dormí solo tres horas: Buenos Aires fue.


(Y fue una entrada que no puedo escribir)

7.10.09

Adolescentes (ahora sí "es un mundo diferente")

Tres episodios.

Uno. Unos chicos en La Plata se filman en un recreo en una situación "erótica" (y el término va entre comillas porque es necesario pensar si el erotismo puede ir separado del placer, ya que dudo que el exhibicionismo derive en este caso necesariamente en goce). Luego lo suben a la red. Obviamente (era obvio para todos nosotros menos para ellos) son sancionados.

Dos. Una alumna de J. escribe su mail en el pizarrón con el objetivo de que la contacten desconocidos. Ante la advertencia del "profe" sobre la tergiversación de las identidades en la red, le responde, probablemente reproduciendo un discurso despectivo (y machista) de la madre, que no sea como su papá que se preocupa de más porque algo le pase a la "nena".

Tres. Los álbumes de fotos que mi hermana de 18 años sube a la red. Fotos de ella en situaciones semi-eróticas con el novio, fotos de semi-lesbianismo con las amigas, fotos de fragmentos de cuerpos de las amigas. Cuando le digo que tenga cuidado con qué sube, me responde que en Facebook son todos amigos (pero no se da cuenta que incluye como amigos a gente que apenas conoce y también a desconocidos totales para poder obtener más puntos con las mascotitas). No es el hecho de sacar la foto. O no sólo es el hecho de sacar la foto, sino el hecho de subirla, de publicarla (en el secundario, cuando las fotos eran solo en papel, aquella en la que alguien había quedado expuesta, ya sea por lo ridículo o por lo erótico (y en general era por lo ridículo), se ponía entre medio de las otras fotos en el álbum; así quedaba en una situación de semi clandestinidad, no se veía a simple vista pero alguien podía descubrirla y ahí iniciar el juego de "no la veas" y sus derivaciones).

Hay momentos en que las cosas se condensan. La primera reacción ante lo de La Plata es "son pelotudos". Después me acuerdo de la Ritó anoche en lo de Tinelli (o lo de Nazarena Velez en lo de Tinelli), de los videos que llevaron a la fama a Wanda Nara y a Chachi Tedesco y pienso (J. me hace pensar) ¿por qué no?. Si a ellas no las sancionan sino que por el contrario las premian con la popularidad.

La cosa no es marcar la inutilidad de las revista porno ante Paparazzi, ni la fragmentariedad y cosificación en que entra el cuerpo de la mujer (admitámoslo, con los hombres no pasa exactamente lo mismo) y que estas chicas (las amigas de mi hermana, la chica que incluye desconocidos en su msn) reproducen en sus propios cuerpos (y así, disculpen la palabra, los mutilan), sino (y también esto lo marca J.) pensar dónde queda el placer.

Cómo se construye el erotismo cuando se exhibe todo, y en esa exhibición se gana aquello que se sabe muy difícil de ganar de otro modo. Si el cuerpo es tan sólo una mercancía que se compra y que se vende al mejor postor, dónde queda el goce (es como si el trabajo de la prostitución extendiera su lógica a todas las esferas y el cuerpo quedara siempre sujetado, incluso en la privacidad del acto sexual, a la lógica económica; ¿tan lejos se expande el mercado y la imagen y exposición massmediática?; ¿no queda nada que sea puro gasto y puro goce, un gasto que no entre en el gasto capitalista que propone el mercado?). ¿Hay algún resto de placer en la chica que toca, el chico que es tocado y el amigo que filma? ¿cómo se mueve la libido en los adolescentes? ¿qué va a hacer el psicoanálisis con estos chicos que ya no tienen la formación moderna?

Supongo que la diferencia siempre asusta. Saber que diez años marcan un abismo asusta. La imposibilidad de comprender asusta. Pero no es una reacción moralista, sino una preocupación mucho más sincera (y un pedido desesperado, desesperado de explicación).

(Y no es sólo temor ante el riesgo real que este exhibicionismo implica (y el modo en que interactúa con el discurso de los padres de que el único problema en nuestra sociedad son los "negros de mierda"), sino también pensar qué les va a pasar a los 25 años, cómo van a resolver esta mezcla de exhibicionismo, lógica económica del cuerpo y exceso de pudor (y expansión simultanea de un discurso prohibitivo y moralista, porque, admitámoslo de nuevo, esto no es el todo vale de Woodstock). J. dice que el placer siempre encuentra su rumbo. Yo empiezo a pensar, tal vez haciéndome eco de los discursos fatalistas (cuántas vueltas hay que darle al lenguaje para no quedar atrapado en los clisés massmediáticos!) que esa es una confianza demasiado moderna)

5.10.09

Borde

Estoy escribiendo al borde de la locura. Me duele la panza.

(Encima, al mismo tiempo pienso cómo no puedo escapar a la repetición de ciertas actitudes serviles)

Párrafo pretencioso

"Pero para construir una poética, la serie televisiva de Bizzio necesita estar plagada de singularidades (sino es solo un conjunto de procedimientos que lo reducen al presente y lo alejan de la contemporaneidad). Es decir, o bien lo televisivo debe funcionar metonímicamente para articular otra cosa, y es por eso que es fundamental para pensar la singularidad de Bizzio con respecto a la ya tan discutida vuelta realista de la literatura argentina (y el problema del realismo tiene que ser pensado en este caso tanto desde S/Z de Barthes (y aquí la imagen televisiva reemplazaría a la imagen pictórica pero repitiendo su lógica) pero también desde el modo en que Manovich piensa el realismo socialista de Jurassik Park (volviéndose necesario articular el problema del mercado, si pensamos la discusión sobre el valor que Bizzio logra entablar desde un lugar totalmente diferente al creado por Cesar Aira o aquel del que Cucurto es el mejor exponente, a través de la relación oblicua que su literatura entabla con el best-seller, mediante el éxito televisivo)). O bien cada novela, debe dar una vuelta más a esos paisajes massmediáticos para que no se estaticen y para que la repetición alcance toda su potencia. Eso es lo que ocurre en los cuentos de Chicos, en Rabia, en Era el cielo (y lo que estaba en germen ya en Más allá del bien y lentamente). En Era el cielo, la singularidad se juega en lo que escriben los personajes: tanto Diana, como Vera, como el protagonista, escriben para el mercado y, más específicamente, los dos últimos escriben para la televisión. Los personajes quedan así entre la imagen y la palabra, ponen la palabra al servicio de la imagen al mismo tiempo que crean la imagen con la palabra. “…hacer la televisión en la literatura”, decía Quintín al reseñar la novela (y cabe aclarar que sobre esta novela se dio una de las discusiones mediáticas más interesantes sobre el valor en la literatura argentina de los últimos tiempos, discusión que se articuló entre reseñas de diarios, comments de las ediciones electrónicas y entradas de blogs). Si, como dijimos antes, el protagonista de la novela queda encerrado desde el comienzo en la imagen que estalla y se adueña de su entorno, este particular cruce entre escritura y televisión hace que la imágenes proliferen en la novela en sus más distintas formas, desde las fotografías a los dibujitos animados, y que en cada conflicto de miradas se juegue tanto un problema sentimental, en lógica melodramática, como la lógica que la narración elige para poder seguir su camino hacia adelante (lógica que reformula la mirada arbitraria de narradores omnipresente y omnipotentes de algunas narraciones anteriores de Bizzio). Pero eso, eso es otra historia."

Todos los derechos de este delirio están obviamente reservados a M.C.

Momentum

Esta vez el golpe entre mis dientes fue más fuerte. Me duele la mandíbula.

Insisto en acentuar la palabra imagen

(Esta escritura es directamente proporcional a la que no hago)

Contemporáneos

Lo que me gusta de Chejfec y Bizzio son sus narradores patológicos. Esa paranoia que se despliega en la ficción, que por momentos se da vuelta en esquizofrenia, que por momentos parece sólo ternura o soledad (o miedo, o tristeza). Es una determinada relación con el lenguaje. Es esa perfección desesperante de las frases, ese giro que va a tomar la idea o el desarrollo de la trama, que en uno se resuelve en la lucidez ensayística y en el otro en una forma singular del chiste. Es una relación paranóica con la palabra, que oscila entre la desconfianza y la certeza, y que los hace buscar que la frase de un salto más, un salto que apenas alcanzan a escribir; un salto que se muestra sin necesariamente volverse autorreflexivo. Una relación paranoica con la trama que hace terminar la historia, la hace acabar, pero al mismo tiempo hace que se juegue en cada párrafo.

Creo que hay una temporalidad específica de esa paranoia. Algo que se cifra en poder convertir en una temporalidad particular una circunstancia azarosa: el ser demasiado jóvenes para algo y demasiado viejos para lo otro. Antes está de una manera diferente, en una configuración diferente, y que se ha acercado más a la normalidad. No lo encuentro después (excepto creo en Oliverio Cohelo). No digo que lo de después no tenga valor (aunque hay cosas que no lo tienen). Digo que hay algo particular en estos escritores (y tal vez también en Pauls cuando se olvida de que tiene que ser el escritor que le guste a Sarlo, a Vila-Matas, al fantasma de Puig y a las chicas cultas de letras, cuando deja de controlar la ficción), una relación de sorpresa con la frase, un vértigo en la escritura, que parece surgir (y al mismo tiempo hace surgir esa temporalidad y la resuelve) de la percepción de un fin (que no es meramente un nuevo advenimiento de lo nuevo es tanto escuela literaria), de una resistencia ante ese fin y de un hundirse en esa dispersión, en tanto inevitable.

Es como si quedaran entre los dos sentidos de lo contemporáneo: el explotar la novedad y el saber que la única forma de estar en el presente es el anacronismo.

(También hay una cuestión de ética, pero eso, todavía, no lo puedo definir)

4.10.09

Azul

Es rara la forma en que actúa el dolor. La forma metonímica en que te cierra la garganta.

La historia que contaría hoy es la de la chica que se pone los zapatos con ansias de la gran ciudad. Y se alisa una pollera barata en frente del espejo. Posiblemente hubiera una pensión. Algo de color azul.

Hay cierto morbo en mirar la muerte por televisión. En escuchar ese dolor que nos llega desviado.

La muerte abre esos espacios. Ridículos, patéticos. Sobrecargados de dolor.

"Lo cotidiano se vuelve mágico"

Hoy, domingo a la mañana, cuando dejé de limpiar la bañera y con los guantes puestos me puse a ver un pedacito de la transmición por la muerte de Mercedes Sosa fui igual a mi mamá.

En un segundo fuimos tres: mi abuela, mi mamá y yo (con los guantes puestos, un domingo a la mañana).

(no voy a pedir perdón por la iteración del motivo de la melancolía)

2.10.09

Las medias sí son sexy

Hay líneas blancas. Las líneas blancas proliferan. Cuando se ensanchan, son espacios. Espacios en blanco. Blancos mentales.

Bandas de Moebius. Zonas de moebius. Zonas de desastre. Son límites que no se deberían cruzar y sin embargo uno los cruza (y ese uno, que me encanta repetir, soy yo (soy yo indefectiblemente con vos)). Se cruzan para tener estos blancos mentales, para dibujar florcitas en el borde del papel. No hay equilibrio posible entonces, y las tardes pasan, en el sopor del trabajo a medias. En el sopor de los pies frios. En las medias que dejamos puestas por apuro.

Amor,
ya,
entre nosotros,
un orgasmo tendría que valer más que mil palabras.

1.10.09

Pelo

Me escarbo la piel con una pinza sólo para sacar un pelo.
De nuevo, literalmente.
(Ahora me duele)

Tacto

Anoche soñé que la pileta del baño estaba sucia. Muy sucia. Una mancha marrón se extendía por todo el borde. Nadie la limpiaba. Más especificamente: no había tiempo para limpiarla. ¿Imagen mental para una oscuridad moral en mi conciencia? ¿Existe algo así todavía?
Ahora escribo sobre la declinación de la visión, cuyo dominio sería lo característico del S.XX, y su reemplazo por el tacto. No entiendo si eso supone una resistencia del arte. Yo a mi alrededor lo único que veo es una proliferación de pantallas (igual tengo que buscar el texto para dejar de escribir de oido). Si hay algo que falta en cualquier experiencia virtual es el roce y el intercambio de fluidos. La saliva raspando el cuerpo. El grano de la saliva. La temperatura. Tal cual como en la sociedad acéptica de la película de Sylvester Stallone y Sandra Bullock. ¿Se acuerdan? esa en la que a él lo desfrizan luego de no sé cuántos años y ella a los dos días de conocerlo (cabe aclarar, bastante rapidita ella para la acepcia de la sociedad) le propone tener sexo, para lo cual ambos se ponen un casco de realidad virtual y se sientan en esquinas bien separadas de la habitación.
Mirar en una pantalla al otro es desesperante, pelearse con una pantalla es desesperante (y supongo que tener sexo con una pantalla debe ser desesperante)
Y al mismo tiempo, pienso lo mismo que pensaba cuando escuchaba a Gumbrecht en Rio hablar de la falta de materialidad de la experiencia (y en mi paranoia ahora todo suena a Benjamin: el fantasma de Benjamin): una cosa es la falta, otra la imposibilidad de procesamiento (o su desvío hacia la imagen melodramática y consoladora). Es decir, y aunque suene a clisé, ¿no es un poco hipócrita hablar de la falta de materialidad en un país tercermundista, donde la gente, literal y no metafóricamente, se muere de hambre? Es no pensar en cómo se debe retorcer el estomago, en cómo se debe desgarrar lentamente la piel, la carne, el músculo cuando penetra un cuchillo. En el temperatura de la sangre.
Mi escritura se ha vuelto paranóica, defensiva y obsesiva en la completud de las líneas (una palabra que Sandra me dice que deje de usar). Escribo todo el tiempo sobre metodología. Como si todo el tiempo necesitara justificarme.
Benjamin, Benjamin, Benjamin. Ahí, en el medio del siglo pasado.