Elegí ir por donde más te guste...

30.11.09

Lado B

Me voy a mudar a un departamento chiquito y blanco. Todo va a ser blanco. La cocina va a estar separada del living-comedor por una barra blanca. Va a seguir una mesa rectangular, con un extremo sobre la pared y cinco sillas blancas. Luego un juego de sillones blancos, con una mesita de café sobre una alfombra blanca. Después un balcón con el sol de frente enmarcado en blanco. Va a haber un florero naranja, un cuadro abstracto sin marco de colores fuertes sobre el sillón y tres círculos verdes sobre la mesa. Después, voy a tener un perro blanco. La habitación con una cama blanca, pantuflas blancas y toallas blancas. La frazada va a ser del mismo verde que los círculos del comedor. Voy a quemar la pupila hasta no poder ver, hasta no poder ver, hasta no poder leer. La luz como púas en los ojos, perforando despacio el cuerpo, sacándome las uñas.

Una bata blanca, un moño blanco, un gato blanco que me araña la cara.

Necesito un exilio mental.

27.11.09

Notas para el análisis

Anoche soñé que unos chicos querían robarme. Uno más en una larga serie de robos, de sueños de robo. Yo los veía, veía que veían cuando guardaba la plata en un portacd rojo que tenía en las manos. No atinaba a cruzar de vereda, seguía caminando por la misma. Pasaban al lado mío intentaban arrebatármelo y no llegaban a rozarme. Eran pibes, chicos y morochos (hasta los sueños tienen contenido social). Seguían hasta la esquina y volvían. Volvían con unos cuchillitos chiquitos de esos que parecen para untar manteca. Me daba cuenta de que eran inofensivos, pero no estaba totalmente segura. Estoy entre los dos, es una esquina de calle San Luis, creo que Laprida, por la tienda de telas que hay detrás. Me amenazan. A uno de ellos se le cae el cuchillo y yo lo levanto. Los amenazo. "Seguimos". Salen corriendo. ¿Por qué amenazo a alguien con cuchillos que sé que no pueden hacer daño? ¿por qué dejo que me amenacen con los mismos cuchillos que sé que no pueden hacer daño?

Cuando el otro día me robaron en el colectivo no me dí cuenta. Percibí que miraban el bolso, pero pensé en mis prejuicios de clase. Eso me pasa por creerme una intelectual. Por jugar el jueguito pelotudo del progresismo. Vi el bolsillo abierto cuando llegué a un seminario sobre, justamente, un escritor de izquierda que enlaza su teoría de la literatura con su teoría de la totalidad social (¿qué sentido tiene pensar un sentido de realismo como lo piensa Luckacs sin esa totalidad social? sin la totalidad social todo se vuelve realismo, sin la totalidad social todo se vuelve pos). Ella habla de Lenin y Engels con una pasión que le envidio, a pesar de que sé que no sabe la cantidad de congresos que debe tener por año, que no sabe de su incoherencia sustancial.

Rial puede decir en la misma frase que no le parece mal la televisión basura que se hace (y no me refiero claro esta a toda la televisión como entretenimiento, sino particularmente a cierta televisión como entretenimiento) y que no deja a sus hijas ver televisión, sin ver ni sentir la incoherencia de tremenda idea. Si lo que hacés no es bueno (ya ni siquiera digno, sino simplemente no nocivo) para que lo vean tus hijas ¿cómo mierda lo justificás? Cuando decís que es responsabilidad de los padres la cantidad de televisión que ven sus hijos ¿no sabés que hay miles de pibes (los que seguramente me roban en mis sueños) que no tienen padres que le digan que no pueden ver televisión? ¿que hay miles de padres que no pueden ver la diferencia que vos sí ves por los privilegios (de clase?) que tenés?

Ya sé que Deleuze alababa las incoherencias de la personalidad, que Pardo dice que es ahí donde está la intimidad. Es obvio que esos momentos de Rial son de la más intensa intimidad. Pero la derecha ha expandido su intimidad por los medios, por las calles, por los kioscos. Sus incoherencias se han vuelto el sentido común. ¿Cómo exigir coherencia sin abandonar la posición de intelectual? ¿cómo pensar la resistencia a una cultura monolítica, a la cultura como institución, cuando se hace de la incoherencia el procedimiento?

(Iba a decir que ahora tengo un monederito azul con flores, del que cada vez que saco los billetes se caen las monedas, en el que no entraría seguro el cuchillito del sueño. Pero... ¿importa?)

26.11.09

Vieron, después no digan que no les avisé...

"(Gianera) --Nadie debería sorprenderse de que tus personajes sean paranoicos.
(Bizzio) --No solamente paranoicos; también fóbicos y felices."

Entrevista de Pablo Gianera Sergio Bizzio - ADN - 18/04/2009

16.11.09

Conventillo

Cuando voy a colgar la ropa en general hay una sola jaula ocupada: la de la señora que vive dos pisos más arriba. La historia la averiguó J. en alguna ida y vuelta en ascensor: ella era maestra, tuvo un ataque de presión del cual nunca se recuperó totalmente, el hijo tiene una pequeña discapacidad, el marido se quedó en un momento sin trabajo, ahora parece estar subocupado. Viven los tres en un departamento como el nuestro: 40 m2 en que se dividen dos habitaciones minúsculas, un baño minúsculo y una cocina comedor living todo en uno minúscula. Supongo que deben ser la imagen perfecta del desastre. Yo les huyo sistemáticamente (otra más de mis huídas injustificables desde el punto de vista moral). Trato de no subir con el padre porque su mal humor se mueve en ondas expansivas y cuando llegás al octavo piso no podés respirar. Y yo no tengo ganas de escuchar, ni sobre la inseguridad, ni sobre la inflación, ni sobre lo que compró en el super. Como si fuera poco, el otro día me di cuenta de que es el hijo el que fuma en el ascensor. Y me dio bronca. Mucha bronca, por todas las veces que subí y me llené de humo, porque se bajó fumando y yo no podía llamar el otro ascensor porque el sistema idiota que instalaron no te deja (además, mi imaginación se expande a través de la posible existencia de una perversidad que no logro descifrar y no puedo evitar que me inquiete a pesar de que J. me aclaré una y otra vez que es imaginaria).

Pero ella, ella simplemente me da miedo. Hoy cuando vi la ropa tendida y me di cuenta de que la otra jaula ocupada iba a ser la mía me dio miedo. Es la imagen exacta de lo que yo tengo miedo de ser. La imagen perfecta del final más desastroso, un final que no tiene nada que ver con los finales de cine catástrofe (prefiero mil veces el sueño en el que el río se mueve en olas inmensas hacia el edificio y no nos ahogamos de una porque estamos en el piso doce, pero sí debemos reaccionar antes de que el agua suba mucho más y seguramente no reaccionamos). Cuando nos cruzamos en la terraza, mientras tendemos la ropa, hablamos del clima. Ya me dijo dos o tres veces que nunca vivió en un departamento tan chico y yo no me imagino cuál es el antes que queda tan cerca, porque el vivir en un departamento chico parece ser siempre un presente que la sorprende, cuando en realidad ya hace mucho tiempo que viven en uno. Hablamos de lo fácil que se calientan estos departamentos en invierno pero lo calurosos que son en verano. Yo siempre respondo lo mismo: que mientras no hace mucho calor, mientras aguantan, son super frescos, pero que cuando el calor se te mete es imposible refrescarlos. A veces le digo que prendí el aire. En general me responde: "dichosa de vos que lo tenés" (sí, en ese orden medio de hipérbaton y con ese arcaísmo). El otro día fue un poco más allá: me contó que se le había roto el ventilador y que estaban pensando en comprarse un aire. Supuse un ventilador de techo, obviamente no lo era. Se le había roto el turbo, y de todas maneras comprar otro turbo no tenía mucho sentido, porque no dan mucho y siempre le da a uno sólo de los dos (me quedó la imagen patética de ellos dos en la cama con el turbo que no sé dónde ponen porque la habitación es literalmente de dos por dos).

Lástima. Pienso en las personas que realmente viven acá, en este edificio que parece tener escrito fracaso y decadencia en todas las paredes. En estos departamentos en los que no podés meter un sillón porque el pasillo es demasiado estrecho, eso suponiendo que te las arregles para hacerle lugar en la cocina-comedor-living-todoenuno minúscula. A veces pienso que es mejor vivir en una villa que soportar esta decadencia. Que el otro tipo de pobreza degrada menos que este tipo de pobreza. Que estar gritándole a los estudiantes los viernes a la noche que se callen puede llegar a ser peor que tener poco para comer (pienso en las novelas que leo, la pobreza extrema siempre se salva, pocos se animan a la medianía insoportable, y cuando se animan ya sea el lenguaje, el artificio de la forma, o un hecho extraordinario los redime, desde Joyce hasta Saer). Sé que no, pero a veces realmente lo creo.

Cuando renovamos el contrato, sentí que el edificio se me caía encima. Será por eso que huyo.

12.11.09

¿O qué?

El asiento de la bicicleta era de un rojo brillante. Por un segundo pensé que alucinaba, pero no: era de un rojo con brillitos, como con destellos plateados. La señora que la conducía se había atado al cuello una campera de esas rompeviento amarillas. Parecía una capita, era una capita de superhéroe cuando la miré desde atrás con el asiento rojo brillante. Cuando se dio vuelta me asusté. Algo en su cara hizo que me asustara: los destiempo que suponía la imagen se acentuaban en el rostro, los atributos de nena en esa señora mayor que sin embargo encajaba perfecto en el tamaño de la bicicleta para chicos, bicicleta que debía ahora comenzar a empujar cuesta arriba. Como si su cuerpo se hubiera deformado para caber, para ajustarse perfectamente a esa fantasía infantil. Y yo corría y corría.

Lo otro fue una lucha. Una lucha arcaica que se redefinía con el monumento como paisaje épico desgastado, repetido. Era la lucha entre el olor y yo: calamares, bichos de mar, y mostaza. Por una parte, la satisfacción de esa invasión de las afueras hacia el centro, de los barrios hacia el patio trasero de los que pueden pagar un departamento con vista al río. Grupos y grupos de personas. Por otra parte, un enojo, un asedio, una molestia. Quiero creer que no me molestaban ellos, ellos que yo no soy. Creo que me molestaba el espectáculo que se les monta como divertimento de circo para decirles esto también es de ustedes: vengan y exprésense(n). La paredes, el cerco negro, hacen que todo se convierta en escenario. ¿Quiénes son los que se ríen afuera? that is the question ¿isn´t it? Que violencia la mía, pensar que esa apropiación es hoy imposible.

Y yo corría y corría (esta vez por la avenida para evitar las ordas, los malones, las antenas de televisión).

Al menos concédanme que requiere cierta valentía escribir esta mezcla de rechazo de clase (hacia arriba, hacia abajo, hacia ninguna parte), moral setentista y capricho de nena maleducada. Hubiera sido más fácil y más digno celebrar la expresión de lo popular desde la posición del dandy que se regodea en el encuentro con la diferencia.

4.11.09

Aburriendo camillas verde hospital

El problema ahora parece ser el aburrimiento. No hay nada más burgués que el aburrimiento. Si lo pienso bien, no hay nada más burgués que el psicoanálisis. 240 pesos por mes para hablar de nuestra insignificancia (porque sí somos insignificantes). La reformulación del comportamiento burgués en la era de los pos es el blog. Hoy no hay nada más posburgués que tener un blog.

Y sin embargo, el aburrimiento tiene el peso de lo concreto, el gusto de lo concreto, las consecuencias de lo concreto.

Me da vergüenza. Pensar en vacíos, escribir sobre vacíos, huir de la crónica en la tradición de la peor escritura de mujeres. Debería escribir el verdadero tedio. El depilar una persona tras otra durante, qué, ¿doce horas? Es que no sé cómo hacer, no sé cómo evitar la épica del esfuerzo. No sé, además, cómo evita el miserabilismo. Después de cuánto tiempo las partes del cuerpo, ese mismo cuerpo con el que yo lucho, se vuelven indiferentes. En qué momento una pantorrilla da lo mismo que un muslo, que una entrepierna, que una cola.

Y encima la banalizo con el debería escribir (a ella y a la moza). Debería escribir que duerme en la misma pieza con su hija de nueve años. Debería escribir que la casa de su hermana quedó en el medio de un allanamiento antidroga en uno de los peores lugares de Villa Gobernador Gálvez. Debería escribir que tiene epilepsia. Que quiere tener otro hijo y que me pregunta por qué yo no quiero tener ninguno.

La pregunta más sincera debe ser esa ¿por qué no tener un hijo ahora? Y de nuevo el yo. Aira tiene razón, aunque lo diga de un lugar totalmente diferente, al insultarnos (que pretencioso incluirme en ese nosotros, pero no importa, total, ya estoy en la grieta de la falta). Tiene razón al insultarnos, aunque carezca de la autoridad para hacerlo.

3.11.09

Al mejor postor

Necesito fábulas. Necesito deshacerme en mil historias. De a poco, despacito. Ser miles de yo y que alguien las mire. Que alguien nos mire actuar. El movimiento de la mano. El avance del pie, la torsión del muslo. Siempre hay una luz roja que se difumina. Son miles de historias privadas o, mejor dicho, en el borde de lo íntimo y lo otro. Suponen la invención con algún aspecto de realidad, no son pura imaginación, no sirvo para ser princesa ni bailarina.

En un momento dejo todo y me voy tres meses a alemania, en otro tengo unas piernas largas y una pollera blanca, finalmente tengo panza y después salgo a correr por el campo y me quedo estática mirando el río desde una barranca ajena. Los críticos dicen realismo, y vacían cada vez más el término.

Darme vuelta,vaciarme, como la cáscara de la naranja cuando no la pelás. Quiero contarme, mil veces, al revés, en pedazos, por los dedos.Busco oyentes en los lugares más inverosímiles, donde nadie quiere oir. Vendería mi cuerpo a aquel que me de "la historia". A aquel que me cuente la historia al reves.

Jugamos en un límite. Estamos jugando en el borde del precipicio. Vos lo sabés, yo lo sé y no decimos nada. Es que tal vez, sin romanticismo de por medio y con mucho rosa barato, ésta sea la única manera de jugar.O al menos yo sé, que en un momento, de noche, todo es vacío.

1.11.09

El Congreso

En un momento las butacas del Salón de Actos estaban vacías. No quiero decir que no hubiera gente, sino que estaban vacías. Una sensación en tandem, repetida, en serie. Algo que vuelve superficial todo el gran evento. Un nuevo gran evento. El tercero (o el cuarto, hay uno, en el medio, que es difícil de contar). Me entero de un tipo de repetición que me da asco. Que algo te de asco es muy fuerte, como que algo te de lastima. Asco y lastima entonces me da.

La transpiración entre las piernas, la cerveza que gotea como el sifón al costado de río. Ese enorme sentimiento de ignorancia. ¿Qué hacer con el otro cuando sólo podés hablar de él? digo, de él. Mirarlo, fascinada, articulando palabras que sabés idiotas. Orientar una entrevista hacia ningún lado, y después quedarte mirando avioncitos que aterrizan sobre heladeras y mesadas de cocina. Alguien me dice que no conoce a Aira, pero que es como su papá. Cuando terminó, cuando acabó creé una historia de felicidad. La nena deslumbrada por un escritor que afirma la alusión como método, por el escritor que mira guías en la biblioteca nacional (y el privilegio de saber que quizás nadie lo sabe). Por el escritor que es igual a sus personajes, ya que si bien como crítica no se debería afirmar semejante no hipótesis, como niña enamorada se puede llevar la imaginación más allá de cualquier límite teórico.

Hoy, de nuevo, el gran sentimiento de ignorancia. Soy de pueblo, se nota en mi fascinación por un hotel 4 estrellas. No conozco fotógrafos, apenas sé de pintura (ni hablar de cine y de mis películas favoritas). Yo no puedo escribir una novela sobre la melancolía, sobre el extrañamiento que produce el alejarse de un lugar. Por eso doy tantas vueltas sobre el clisé, porque soy un clisé: una ficción muy bien armada que en algún momento se va a quebrar y va dejar que el agua entre por las fisuras inundando todo. En el medio está el deseo: el de los otros puede agotarse, el propio nunca, siempre corre adelante. Elijo creer en lo que me dicen: en que si no hubiera querido estar conmigo, había miles de excusas para irse (cómo me cuesta creer eso, en todas las facetas de esta insignificancia que llamo vida o yo). A veces, me da miedo hacia dónde pueda correr mi deseo.

En fin, eso, nada: otro congreso que termina. El tercero. Hay personas que cuando acaban no hacen ni el más mínimo ruido. Entonces no se sabe dónde quedó el goce, dónde quedaste vos. Yo gimo, siempre.