Exponemos el bronceado con la remera de breteles más finitos (y vigilamos excesivamente la balanza). Nos acomodamos enfrente de la pantalla grande y regulamos la silla, agradecidos por las contracturas que nos evitaremos de aquí en más. Obvio. Seguramente los regalos que trajimos no le van a gustar a nadie. Seguramente no gastamos suficiente dinero en ellos. Seguramente trabajamos o demasiado poco o demasiado mucho. No hay, no existe la experiencia del equilibrio ni en la épica ni en la no épica del viaje.
Siempre está la posibilidad de que esto se torne intimista. Cuando se vuelve, se espera no perder el exterior. Las vueltas son así. Nos damos cuenta de que no tenemos jugo, de que no leimos suficente teoría. Y agarrandonos a la épica coheliana que sin duda deja vivir mejor, nos enfrentamos al temor de no tener nada nuevo para decir, nos mentimos otro poco para sentirnos mejor y programamos, en busca de algo de cientificidad, la próxima visita al analista. Y seguimos (el objetivo: desperdiciar tiempo). Ella y yo. Zoe y yo.
1 comentario:
error,a mi me encantoooo beatriz
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