Elegí ir por donde más te guste...

2.11.08

And again, and again: sobre la cotidianidad y la experiencia

Uno de los beneficios de la residencia es que se puede escapar al exceso de novedad conocida del turismo. Se puede repetir una y otra vez el mismo lugar, armando una cotidianidad con el espacio, que no por eso deja de sorprender. Pero para mí, que mi relación con los lugares (para no decir con algunos aspectos de la vida) pasa por una exageración de ese rasgo turístico, el escapar a la novedad me deja siempre la sensación de que podría (debería) haber hecho otra cosa.

Viernes y sábado además de desafiar al clima, a un dolor de cabeza que parece que quiere dejarme en cama, desafío mi deseo de novedad, porque si hay algo que aprendí durante estos meses es que no sólo en lo nuevo se encuentra la experiencia. Entonces, el viernes a la noche vamos a Lapa con Cristian (contaba entonces que creo que visité más veces Lapa que Ipanema!! es que ese barrio y sus alrededores parecen tener siempre algo más para ofrecer, algo más que me falta hacer). Al mismo restaurant que descubrimos con las chicas, el Arco Iris, bueno, bonito y barato. Y después vamos a la rueda de samba, que hacen en un barcito en la calle, con muy mal sonido, pero con un repertorio que parece siempre incluir algo que Marisa Montes haya cantado y un poder de convocatoria tan amplio que ninguna de las veces encontramos mesas.

Y el sábado, con las muchachas adictas a la compra, volvemos a la feria de la calle Lavradío (sí Lapa de nuevo pero de día (es como si de día uno nombrara el barrio por sus calles y de noche es solo una palabra, para resumir todo lo que se abré ahí, en esa multiplicidad de ruas)). Termino de comprar regalitos (no se que haría sin la Sole y sin Denisse que me salvan de mi indecisión creciente conforme se acerca la partida), y volamos a Santa Teresa a comer feijoada en un barcito divino, con rejas viejas. Luego tomamos un café en una librería que yo no había visto (ven, como diría Cortazar, lo fantástico está en lo cotidiano (sí, sí, compañeros de letras, una cita de cuarta)) y comemos uno de esos postres de chocolate y mousse que combinan perfecto con la mesa en la que nos sentamos. Lo impresionante de ambos lugares son las vistas, lo bohemio pero no preparado para el turista, sino vivido, cotidianidad desde los que uno supone los ateliers. Por último, un negocio de ropa vintage. Toda, toda, una diva, sólo me falta el dinero (literalmente)

Lo nuevo viene de noche. Trapiche Gamboa. Debe ser uno de los lugares más hermosos de Rio. Un boteco (aunque algo chiqui) en el que se hacen ruedas de samba. Como no reservamos mesas, nos toca el patio de la terraza, y obvio es divino. Techos altos, ladrillo visto y la cantidad de gente justa. Hay que ver como samba Denisse. La parte de arriba del cuerpo no se mueve, así que los brazos quietos muchachas, nada de esa cosa de viejas con los bracitos alzados. Cuando ella me dice que sambo bien, que soy toda una carioca, brillo de alegría. Yo nunca fui de las bailarinas del grupo de amigas, siempre quedaba en segundo plano, por falta de ganas o de lucimiento. Tal vez lo que me faltaba era sambar en Rio.

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