Elegí ir por donde más te guste...

16.11.09

Conventillo

Cuando voy a colgar la ropa en general hay una sola jaula ocupada: la de la señora que vive dos pisos más arriba. La historia la averiguó J. en alguna ida y vuelta en ascensor: ella era maestra, tuvo un ataque de presión del cual nunca se recuperó totalmente, el hijo tiene una pequeña discapacidad, el marido se quedó en un momento sin trabajo, ahora parece estar subocupado. Viven los tres en un departamento como el nuestro: 40 m2 en que se dividen dos habitaciones minúsculas, un baño minúsculo y una cocina comedor living todo en uno minúscula. Supongo que deben ser la imagen perfecta del desastre. Yo les huyo sistemáticamente (otra más de mis huídas injustificables desde el punto de vista moral). Trato de no subir con el padre porque su mal humor se mueve en ondas expansivas y cuando llegás al octavo piso no podés respirar. Y yo no tengo ganas de escuchar, ni sobre la inseguridad, ni sobre la inflación, ni sobre lo que compró en el super. Como si fuera poco, el otro día me di cuenta de que es el hijo el que fuma en el ascensor. Y me dio bronca. Mucha bronca, por todas las veces que subí y me llené de humo, porque se bajó fumando y yo no podía llamar el otro ascensor porque el sistema idiota que instalaron no te deja (además, mi imaginación se expande a través de la posible existencia de una perversidad que no logro descifrar y no puedo evitar que me inquiete a pesar de que J. me aclaré una y otra vez que es imaginaria).

Pero ella, ella simplemente me da miedo. Hoy cuando vi la ropa tendida y me di cuenta de que la otra jaula ocupada iba a ser la mía me dio miedo. Es la imagen exacta de lo que yo tengo miedo de ser. La imagen perfecta del final más desastroso, un final que no tiene nada que ver con los finales de cine catástrofe (prefiero mil veces el sueño en el que el río se mueve en olas inmensas hacia el edificio y no nos ahogamos de una porque estamos en el piso doce, pero sí debemos reaccionar antes de que el agua suba mucho más y seguramente no reaccionamos). Cuando nos cruzamos en la terraza, mientras tendemos la ropa, hablamos del clima. Ya me dijo dos o tres veces que nunca vivió en un departamento tan chico y yo no me imagino cuál es el antes que queda tan cerca, porque el vivir en un departamento chico parece ser siempre un presente que la sorprende, cuando en realidad ya hace mucho tiempo que viven en uno. Hablamos de lo fácil que se calientan estos departamentos en invierno pero lo calurosos que son en verano. Yo siempre respondo lo mismo: que mientras no hace mucho calor, mientras aguantan, son super frescos, pero que cuando el calor se te mete es imposible refrescarlos. A veces le digo que prendí el aire. En general me responde: "dichosa de vos que lo tenés" (sí, en ese orden medio de hipérbaton y con ese arcaísmo). El otro día fue un poco más allá: me contó que se le había roto el ventilador y que estaban pensando en comprarse un aire. Supuse un ventilador de techo, obviamente no lo era. Se le había roto el turbo, y de todas maneras comprar otro turbo no tenía mucho sentido, porque no dan mucho y siempre le da a uno sólo de los dos (me quedó la imagen patética de ellos dos en la cama con el turbo que no sé dónde ponen porque la habitación es literalmente de dos por dos).

Lástima. Pienso en las personas que realmente viven acá, en este edificio que parece tener escrito fracaso y decadencia en todas las paredes. En estos departamentos en los que no podés meter un sillón porque el pasillo es demasiado estrecho, eso suponiendo que te las arregles para hacerle lugar en la cocina-comedor-living-todoenuno minúscula. A veces pienso que es mejor vivir en una villa que soportar esta decadencia. Que el otro tipo de pobreza degrada menos que este tipo de pobreza. Que estar gritándole a los estudiantes los viernes a la noche que se callen puede llegar a ser peor que tener poco para comer (pienso en las novelas que leo, la pobreza extrema siempre se salva, pocos se animan a la medianía insoportable, y cuando se animan ya sea el lenguaje, el artificio de la forma, o un hecho extraordinario los redime, desde Joyce hasta Saer). Sé que no, pero a veces realmente lo creo.

Cuando renovamos el contrato, sentí que el edificio se me caía encima. Será por eso que huyo.

1 comentario:

La China dijo...

Qué buen post! Sos como Gardel, que cada vez canta mejor. Pero escribiendo.
El pueblo reclama un proyecto de novela. No me contestes, pero pensalo.