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12.10.08

Gay Parade o sobre el espectaculo

Como salió el sol fuimos con Cristian a encontrarnos con Sandra en Ipanema (antes cuando al mediodía se nubló toqué la desesperación con la punta del cerebro) . Conté, contamos, a raudales, a borbotones contagiosos lo que habíamos hecho. Supongo que en algún punto, sin que nadie nos lo pidiera, debíamos rendir cuentas. El sol por fin me hizo arder los cachetes, tengo la piel marrón y la punta de la nariz roja. No puedo decidir cuál de los pareos luna comprarme.

Cuando Sandra se va con J., nosotros vamos a ver el Gay Parade, la manifestación-fiesta gay que se hace todos los años en Rio, esta vez, en el posto 6 de Copacabana. La escena es la siguiente: camiones convertidos en especie de carrozas con parlantes con música electrónica que hace vibrar el suelo y gente que baila, ya sea disfrazada o en zunga, en una especie de pista que el acoplado arma, bebiendo agua mineral (todos sabemos que si se tiene cierta conciencia ciertas cosas no se mezcla, y no me refiero a los géneros). Alrededor, más gente camina, se amontona, toma bebidas alcoholicas (bebados). Turistas miran como si fuera una atracción armada, y se sacan fotos abrazados a los travestis. Entre Lapa o Maria Rita y esto hay el abismo que existe entre la potencia del carnaval bajtiniano y la funcionalidad al sistema de muchos de los espectaculos mass-mediaticos (y eso que yo estoy lejos de demonizar a la televisión). Esa es mi primer reacción. Un rechazo que me va llenando, la sensación de que me quieren engañar vendiendome espejitos de colores (me siento así, traicionada en mis expectativas). La fiesta gay, que se supone tiene un carcater de protesta, está demasiado cerca del power point del jueves, y demasiado lejos del tipo que levanta latitas de cerveza para ganarse el mango. El argumento es este: todos sabemos que muchas cosas que funcionaron en los 60 como transgresión, ahora ya no funcionan. En un sistema que en general (y no soy arcaica ni homogeinizo ni propongo el aislamiento: soy de la idea de que como el mercado todo produce grietas y que es posible actuar desde esos resquicios (aunque las micropolíticas de Focault me dejen siempre el temor de ser respuestas que nos dejan dormir tranquilo)) apuesta a lo superficial, a convertir la vida en un consumo constante, la manera de reclamarle a ese sistema por la violencia que ejerce en este caso sobre las personas que eligen una sexualidad que sale de lo que se lee como norma no es repitiendo paso a paso esas lógicas sino desestructurándola, desarmando los flujos de energía para que corran para otros lados. No estiendo cómo gente que parece querer ser simplemente consumida por la foto que toma el turista mientras pierde cualquier posibilidad de acción en la pastilla que delata el agua mineral, piensa que puede articular un reclamo. Me indigno, pero mi indiganación no es la de la viejita que se indigna cuando ve dos chicos que se besan, de nuevo, siento que me están vendiendo un buzón y que creen que yo soy tan tonta como para comprarlo. No es intolerancia, cualquiera que sepa como pienso, sabe que no es intolerancia a la diferencia. Si me dijieran: es una fiesta vení, embarrachate y divertite, vamos, nos enborrachamos y nos divertimos, pero nadie vende buzones. Me quedo sin embargo con la duda de si simplemente no estoy separando, como exigen las divisiones tradicionales, dos modos, uno de la diversión, otro de la protesta, que sólo van separado en ciertos ordenes y no en otros.

Cuando nos sentamos en un bar de Copacabana, para descanzar del ruido, Cristian me cuenta el supuesto origen: en San Francisco se habían proihibido todas las fiestas, los gay hacen una igual, entra la policía y mata a muchos de los que se encontraban adentro, entonces grupos de gay comienzan a realizar fiestas como modo de protesta. Entonces ¿qué hacemos con una forma que parece perder su potencial? ¿conserva algo de simbolo de protesta el emborracharse, a la vez que se pasa en camiones pidiendo la promulgación de una ley y con un cartel que le dice a las mujeres golpeadas acá podés encontrar una ayuda? ¿la fiesta ha perdido todo su poder disruptor? ¿los pibes que mean atras mio en las palmeras, hacen algo más ahí que exibir sus miembros a ver si encuentra un chongo o una chonga, me importan nada la orientación sexual?

La "carrozas" pasan por enfrente mio, y tengo una sensación ambigua. Cuando leo el cartel de las mujeres golpeadas, cuando escucho a la chica que grita las consignas por el altavoz, pienso que por un par de boludos y boludas la forma, entre el puro espectaculo y el carnaval, no pierde su fuerza. Pero no estoy segura, no se si es que ya me acostrubré, que me adapté o que el movimiento (cuando por primera vez nos acercamos todo estaba quieto, los camiones antes que carrozas eran escenarios), la puesta en movimiento encaminó todo hacia un rumbo diferente, orientó las fuerzas hacia ese avance.

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